Mi actual y disipada vida me lleva a frecuentar constantemente algunos sitios ineludibles, y aunque me evapore de alguna ciudad que otra, vuelva o no, siempre tengo una cita con estos lugares que se han vuelto especiales para mí, las estaciones de autobuses, trenes y aeropuertos. Suelo llegar con anticipación para sentarme y cumplir con mi ritual en alguna cafetería y mientras me saboreo esta bebida con aroma a bosque…(sí, el café me encanta y siempre me huele a bosque) observo a la gente, sus rostros, sus gestos, sus comentarios a veces. Son lugares tan habitados y deshabitados a la vez. Una enorme, vertiginosa y constante confluencia de destinos, variopintas culturas e idiomas. Miles de historias de vida que se cruzan fugazmente en el efímero y frenético instante del ir y venir, embarcar y desembarcar. Todos en un mismo espacio, en un mismo tiempo. Almas con corazones que palpitan aceleradas por la llegada de un ser querido, corazones abatidos que se quiebran en llanto en un abrazo de despedida por la certeza de que no verán durante un tiempo a la persona amada…o quiza no se volverán a ver. El contratiempo de llegar tarde o la fortuna de marcharse.
Todos llegan y todos se van. Un remolino de almas y destinos.
El lugar que amamos, ése es nuestro hogar; un hogar que nuestros pies pueden abandonar, pero no nuestros corazones.
Oliver Wendell Holmes